Rasgos Culturales Olmecas en los Pueblos Mesoamericanos
Carlos Alfredo Flores
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a cultura del jaguar vio sus orígenes,
florecimiento y decadencia en la zona geográfica del sur del Golfo de México,
durante el periodo conocido por los expertos antropólogos e historiadores como
preclásico medio o formativo medio el cual ocurrió aproximadamente del año 1
200 al 400 a. E.[1]
La cultura de este pueblo y la civilización que logró instaurar es muy
importante en el estudio de Mesoamérica, pues sentó las pautas civilizatorias
que la gran mayoría de gentes posteriores a ellos abrían de emular,
especialmente en las áreas hasta donde los olmecas hicieron sentir su
influencia ya sea por medio de la colonización o el comercio. El pueblo del
hule (significado de la palabra olmeca) inició una transición entre un modo de
vida basado en la subsistencia a otro de producción agraria que suplía el
suficiente excedente el cual permitió el cambio de la vida de las aldeas a la
vida urbana y de la forma de vida tribal a la estatal. Desarrollaron así en el
proceso formas particulares de arte, escultura, cerámica, estilos propios de
arquitectura, escritura, calendarios, religión con el panteón de dioses
respectivos y, lo más importante, estructuras estatales y políticas cuya
justificación se basaba en la cosmovisión y cosmogonía creada por ellos mismo[2]. Todos estos elementos
habría de ser heredados en cierta medida a muchas de las culturas que más tarde
aparecieron, así se constituyó lo que la mayoría de mesoamericanistas
consideran la cultura primigenia o civilización madre, la civilización olmeca.
Obviamente los olmecas no fueron los
únicos o los primeros en establecer sociedades complejas en Mesoamérica y,
tampoco, su cultura fue adquirida de forma acrítica por los demás pueblos sin
que la dejara libre de modificaciones o aportaciones propias. Empero es
necesario señalar que esta cultura primigenia se constituyó en “…el primer
pueblo civilizado de Mesoamérica.”[3] que sirvió a la vez de impulso a las
civilizaciones que establecerían muchos de sus fundamentos con base a los
aportes de este pueblo.
Según
la argumentación de Soustelle[4], en el proceso de
existencia de la civilización olmeca se puede distinguir una periodización dada
por varias fases. Una de ellas ocurre poco más o menos entre 1 100 a. E. al 1
000 y el año 800 a. E. se inician las ofrendas masivas. Seguidamente en el intervalo
de tiempo del año 800 al 400 a. E., se suceden otras etapas de este desarrollo;
trabaja este pueblo en la construcción de ricas tumbas y manufactura de
figurillas de jade que utilizaran muy ampliamente en sus ofrendas. Entre el 450
y el 325 a. E. la élite gobernante de La
Venta desaparece, se destruyen los monolitos de sus dirigentes, a esta
época sólo le corresponden restos de pillaje y destrucción, muchos monumentos
son decapitados, así La Venta ve el fin de sus días como centro olmeca. El
florecimiento de San Lorenzo va del
1 200 al 900 a. E., este es sustituido más tarde como ya hemos visto por la
Venta. Para el último sitio olmeca, propone el autor el período de 1 500 al 100
a. E. durante el cual se repite el mismo
ciclo de existencia civilizatoria en Tres
Zapotes.
Los
elementos del sistema religioso de los olmecas fueron creados indudablemente en
el proceso de interacción que estos tuvieron con su medio natural del cual
tomaron diversidad de universos que ocuparon como referencia para explicar su
mundo, crear su propia cosmovisión, a la vez que interpretaron una cosmogonía
que les sirvió en la justificación de su modo de vida y les ayudo para
establecer las bases ideológicas de sus relaciones sociales, políticas y económicas.
Todo este complejo sistema, probada su eficacia en la civilización olmeca,
pasaría a las mentas de los pueblos originarios posteriores, ellos se
encargarían de aportar sus propios
elementos en algunos casos, mas muchas ideas y conceptos permanecerían en su
esencia sin ninguna mutación en los anales de la historia mesoamericana. Las
migraciones de los pueblos nahuas hacia Centroamérica, por ejemplo, llevaron
consigo la herencia olmeca a esta región-frontera mesoamericana que delimitaba
con la del área cultural chibcha-:
Los
dioses creadores eran Tamagasted (Tlamacázcatl / Tlamcazqui) y Cipattónal
(Cipatónal). El primero es una de las designaciones del dios lluvia, el Tlaloc
de los aztecas. A Cipáctonal se le adjudicó junto con otros dioses en el valle
de México la invención del calendario. Las otras dos décadas mencionadas entre
los pipiles son Quetzalcoatl e Itzcueye…[5]
De
la cita hecha arriba es necesario demostrar la conexión de por lo menos uno de
los dioses mencionados por Hasemann y Pinto[6] con las deidades que
constituían el panteón olmeca para fortalecer el argumento aquí esgrimido. El
dios Tlaloc probablemente corresponde a la máscara del jaguar olmeca que con el
paso del tiempo se convirtió en ese gran dios de la lluvia que llego a ser muy
importante en el Altiplano Central. También cae en ese plano la famosa deidad
conocida como la serpiente emplumada, Quetzalcoatl, la cual para Michael Coe
es, asimismo, parte de las divinidades olmecas[7].
De los elementos
olmecoides de tipo artístico, probablemente religioso, descritos por Soustelle,
el monumento número 19 se vuelve de especial interés para el tema en discusión.
Este es un bajo relieve descubierto en la Venta a mediados de los años
cuarenta. En él se simboliza el más antiguo ofidio mítico conocido que llegó a
formar parte de todas “las innumerables [representaciones de] serpientes del
arte precolombino de la América Media”[8] que posiblemente más tarde
llegó a formar parte del panteón religioso mesoamericano. Soustelle sugiere que
un rasgo tallado sobre el ojo de esta serpiente en el monumento 19 podría
indicar el inició del mito de la Serpiente Emplumada en el arte y cultura
olmeca. En el Posclásico este réptil, quizá llegaría a ser el dios Quetzalcóatl
de los toltecas y aztecas que, además, pudo haber personificado a un soberano
legendario. Para los toltecas fue el dios de la fertilidad de la tierra y fue
venerado en Teotihuacán alrededor del siglo IX como una deidad ligada a la estrella
matutina y vespertina, Venus. Quetzalcóatl fue el símbolo de la muerte y la
resurrección para los aztecas quienes también, los constituyeron patrono de sus
sacerdotes[9].
El
símbolo probablemente más emblemático en el arte y la religión olmeca tomó sus
características del félido más poderoso y grande del continente americano, el
jaguar. La fascinación y el terror que infundió en los amerindios lo llevaron a
convertirse muy seguramente en una deidad que bajo una muy variada diversidad
de formas constituyó, se cree, la principal del panteón olmeca. Quizá por ello,
muchos arqueólogos ven en este ser, híbrido o no, el antepasado de divinidades
que existieron en las altas culturas –Soustelle nos advierte contra esta tarea,
no obstante, debido a la falta de evidencias que puedan sustentar sus
afirmaciones.
Soustelle[10] presenta tres hipótesis
según las cuales la divinidad del jaguar olmeca evolucionó a deidades
correspondientes a los periodos posteriores de la historia precolombina. La
primera es parte del trabajo de Miguel Covarrubias quien a través de figuras
dibujadas muestra como la máscara jaguar-olmeca llega, después de un largo
proceso, a convertirse en la de Tláloc, dios de la lluvia. Al explicar la falta
de veracidad de esta idea, señala Soustelle que difícilmente pudo haber sido el
jaguar el dios de la lluvia en los territorios olmecas, pues ellos sufrían de
precipitaciones muy recurrentes, aunque para el área del Altiplano Central y
Yucatán no era este el caso. Menciona este último autor que es más probable que
fuera el jaguar un remoto antepasado del dios de las fuerzas telúricas conocido
como Tepeyóllotl por los aztecas, pues esta divinidad habitaba las cavernas y
era representado como un jaguar. En la conjetura de Michael Coe, el dios-jaguar
sigue siendo considerado como el dios de la lluvia, aunque propone una variante
la cual puede corresponder al dios del maíz, siempre y cuando en sus
representaciones se incluya los símbolos del maíz. En la presunción de Peter
David Joralemon la misma deidad olmeca llega así mismo a través de un largo
procesado a personificar el dios de la lluvia, el dios del maíz y, lo nuevo de
su propuesta, el dios de la muerte.
“El desarrollo del
Estado es el proceso civilizatorio rector de Mesoamérica, el creador de su
unidad política y de su identidad social y cultural.”[11] Así hace hincapié,
Florescano, sobre la importancia que tuvo la formación y fundación de las
unidades políticas en el desarrollo histórico de la América Media. Los rasgos
fundamentales de dichas estructuras políticas se asentaron en la agricultura de
la triada mesoamericana (maíz, frijoles y calabaza), el control efectivo de la
fuerza de trabajo en grandes proporciones y en el intercambio comercial a
regiones próximas o muy distantes. De acuerdo a las corrientes teóricas
antropológicas en la evolución del Estado de esta gran área cultural existen
tres estadios que fueron seguidos por los pueblos indios: el de la sociedad
igualitaria, el cacicazgo y el del reino. Para que fuese posible la transición
de una de estas formas a la otra, ciertas condiciones debieron de estar
presente en las sociedades antiguas. Primero era necesario el desarrollo de una
agricultura a gran escala que rindiera un alto excedente de producción; segundo
se necesitaba la elaboración de una ideología que fuera aceptable por la
población para justificar los modelos políticos y el poder de las élites que lo
ejercían; finalmente, otro elemento
esencial era lo que hoy podemos encontrar en los medios de comunicación, los
mensajes ideológicos políticos que colaboran con la permanencia de las formas
políticas estatales y que dan unidad e identidad a las personas, estos símbolos
toman diversas formas entre las cuales se tiene el arte y la arquitectura; son
estos símbolos y mensajes ideológicos los que han de ser llevados a la
prácticas cotidianas. Pues bien, resulta muy enriquecedor a la argumentación de
este ensayo mencionar que los primeros
en echar los cimientos para esta gran edificación fueron los olmecas arqueológicos
a los que hace referencia nuestro estudio bibliográfico.
Los restos arqueológicos que dan fe sobre
los pilotes olmecas de la gran construcción política mesoamericana, los
encontramos en sitios como San Lorenzo, La Venta y Tres Zapotes. De ellos se
pueden extraer las características del Estado olmeca, las fases seguidas en su
desarrollo y los elementos de su ideología política-religiosa. Los olmecas son
los primeros en dar el gran paso de la agricultura del maíz silvestre a la
siembra y cosecha del maíz con regadío con lo cual lograron cumplir con una de
las condiciones para la elaboración de Estados complejos socialmente
jerarquizados.[12]
En San Lorenzo se encuentra una sociedad compuesta por una jerarquía de clases
formada por comerciantes, guerreros, jefes políticos, entre otros cuyos oficios
y posiciones eran transmitidos de forma hereditaria. Su arte da muestra del
desaparecimiento de las sociedad igualitaria y el surgimiento del cacicazgo y,
luego, del reino. En San Lorenzo se tiene el primer centro urbano de la región
olmeca, la muestra la encontramos en sus acueductos de piedra, las estelas, los
troncos, etc. Diez cabezas colosales encontradas en el área dan muestra de la
existencia de un reino dinástico, cada cabeza colosal parece representar a los
jefes que ejercieron poder en dicho reino. El trono encontrado sirve para tener
una visión de la ideología religiosa-política que sustentaba el poder de estos
líderes. Afirma Florescano que a través de la imaginería representada en estos
artefactos se sacralizaba a la realeza con lo cual se constituía esta como una
institución que estaba "…comprometida con la sobrevivencia y el bienestar
de la colectividad en este caso representada por el soberano, quien aparece
dominando las fuerzas terrenas y celestes y es el garante de la prosperidad del
grupo.”[13] Se elaboraban símbolos
para legitimar el orden establecido, en ellos se enfatizaba el culto al
soberano el cual era resultado de la confluencia de los cultos ancestrales, los
cultos a la tierra y la fertilidad. Así se unía a los gobernantes con los
dioses creadores del cosmos y con el establecimiento de los reinos y sus
genealogías.
La
influencia cultural olmeca descrita hasta aquí y muchos otros aspectos más
formaron parte de los elementos que de forma directa o indirecta fueron
heredados a los pueblos originarios de Mesoamérica. El arte, la simbología
religiosa y política, la cosmovisión, la arquitectura de diversas clases de
edificaciones, entre ellas acueductos y pirámides, los patrones de Estado junto
con su ideología de justificación en la detentación del poder parecieron ser
parte de esta excelente herencia que ayudaron a dar forma a esta súper área
cultural. El tema es muy discutido y no está libre de polémicas, más hay
pruebas que atestiguan según se ha mostrado el cierto grado de valides de la
tesis aquí esgrimida.
Carlos Alfredo Flores
BIBLIOGRAFÍA
Bethel, Leslie, ed. Historia de América
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1. S.I.: Cambridge University Press y Editorial Crítica, 1984.
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C. Mann, Charles. 1491: una nueva historia
de las américas antes de Colón. México: Taurus, 2006.
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Schmidt, Peter; de la Garza, Mercedes y
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Soustelle, Jacques. Los Olmecas. México:
Fondo de Cultura Económica, 2003.
S.a. The Olmec tradition. USA: The Museum of Fine Arts, 1963.
[1] López Austin, Alfredo y López
Luján, Leonardo, El Pasado Indígena (México: Fondo de Cultura Económica, 2010)
70-71
[2] Florescano, Enrique, Los orígenes
del poder en Mesoamérica (México: Fondo de Cultura Económica, 2009) 94
y 97.
[3] S.a., s.t. (s.l.: s.a.) 32. (#10)
[4]
Soustelle, Jacques, Los Olmecas (México Fondo de Cultura Económica, 2003) 49-56.
[5] Hesemann, George y Lara Pinto,
Gloria, “La zona central: regionalismo e interacción”, en Historia general de
Centroamérica: Historia antigua, vol. 1, eds. Robert M. Carmack, (Madrid,
España: FLACSO / Ediciones Siruela, 1993), 200.
[6] Afortunadamente esto es posible
realizarlo al confrontar el texto de estos autores con el ya citado de Soustelle,
ibíd.
[7] Ibíd. Soustelle, 156-157.
[8] Opus. Cit. 49.
[9]
Soustelle, Jacques, Los Mayas (México: Fondo de Cultura Económica, 2003), 178.
[10] Soustelle,
Jacques, Los Olmecas (México: Fondo de Cultura Económica, 2003), 156.
[11]
Florescano, Enrique, Los orígenes del poder en Mesoamérica
(México: Fondo de Cultura Económica, 2009) 87.
[12] Opus.
Cit. 88.
[13] Opus.
Cit. 94.
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