Manjar de los dioses

 

        Esta es una fruta que estimula fuertemente a cualquier persona o mejor dicho a cualquier persona con gustos culinarios celestiales.

 Difícilmente los mortales puede escapar a esta paradisíaca fruta que de seguro siempre acompaña a los dioses sempiternos para que su majestuosidad sea completa. El sagrado melocotón atrapa desde el primer momento en que la vista se posa en él. Su áureo brillo mezclado con el ensangrentado color de la vida es lo primero que atrae la atención. Son sus colores los que estimulan como una gran obra de arte. Amarillo al por doquier, rojo esparcido parsimoniosamente y azul difuminado por aquí y por allá. He allí el poder de su seductora corteza.

Lo excelente siempre va de la mano con la fatiga humana. La dorada apariencia del melocotón sólo es comparable con el amanecer o atardecer más esplendoroso que te puedas encontrar, pero también es como ese metal maravilloso por el cual los humanos se han afanado eternamente y que exige un sobrehumano esfuerzo para su obtención.

        La apología perfecta de esta fruta se resume en la expresión: “manjar de los dioses” que no es otra cosa que su exquisito sabor, su muy estimulante apariencia y esa fragancia exquisita que como bruma envuelve a los sentidos y que con su magia cautiva a los gustos de los seres más exigentes. En las ensangrentadas manchas que siempre acompañan a esta sacrosanta fruta, se simboliza el dolor humano del cual termina siempre resultando la excelencia.

         Lo siguiente, después de semejante primer acercamiento, es cometer el hecho execrable de tomarla entre las manos, de frotarla y de  permitirle envolvernos en su universo de sensaciones dispares. Tocarla implica sentir su gelidez en la piel y hacernos pensar que es un muy pequeño gigantesco iceberg yaciendo en la palma de la mano.

Si tú te descuidas y entras en contacto con el melocotón sin pensarlo corres el riesgo de que repentinamente un escalofrío recorra tu ser como un trueno que se apodera del oscuro cielo en medio de la tormenta más amargamente invernal.

Después viene es sensación de tez madura con la cual el melocotón se apodera de tu tacto. No podría ser diferente, te rindes a la fruta a la suma de sensaciones con la que ahora te hace caer a sus pies.

Luego…luego su fragancia exquisita traslada al comensal a un campo de siembra donde esta fruta señorea despóticamente su feudo con sus mil olorosas gracias y en compañía del resto de sus congéneres.

Se llega al cenit, cuando  se entra al paraíso de sabores, cuando finalmente se degusta ese sabor azucarado-amargo que  en un punto de balance equidistante hace alarde de una madurez equilibrada en el paladar de ese semidiós que ha osado entrar al Olimpo de los dioses.

Carlos AlfredoFlores  



Comentarios

  1. Excelente composición sobre los melocotones mucha creatividad y riqueza de figuras literarias, continua así.

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